DON ALBERTO BENAVIDES DE LA QUINTANA

Luis Gulman Checa

Es difícil aceptarlo pero desgraciadamente nadie puede vivir eternamente, a pesar que algunas personas, por las cualidades con que Dios las dotó, nos hacen desear que permanezcan para siempre con  nosotros para que continúen guiándonos y enseñándonos  con su ejemplo cómo  comportarnos, justa y cabalmente, sea cual fuere el ámbito o actividad en el que nos desempeñemos.

Pocos días atrás dejó de existir Don Alberto Benavides de la Quintana y, cuando estas líneas sean publicadas, a pesar de lo mucho que se habrá dicho y escrito acerca de este hombre excepcional y fuera de lo común, tengo la plena seguridad que no se le habrá hecho justicia a lo que fue su vida dedicada a servir a su patria y, como consecuencia, a la pléyade de compatriotas, especialmente de las zonas más deprimidas y abandonadas del Perú; en el desarrollo de su pasión por la Geología que lo llevó a explorar y explotar, hasta donde le fue posible, una mínima parte, como solía decir, de las ingentes riquezas minerales repartidas en el  territorio nacional.

Don Alberto, con toda justicia, era y ha sido unánimemente reconocido tras su deceso, como el padre de la minería moderna en el Perú. Entendiendo que la extracción y uso de los metales son tan viejos como el hombre, al hablar de modernismo me refiero a que él jamás vio a quienes moraban en el ámbito de sus minas, como sucedía antaño,  como seres inconvenientes o entes descartables. Todo lo contrario, pues siempre, en cada uno de los emprendimientos que puso en marcha, tuvo muy por delante  mejorar, sin escatimar recursos, las condiciones de vida de sus nuevos vecinos y socios, pues así los veía desde que trabajaban juntos en una tarea fundamental para el desarrollo del país y la humanidad.

¿Quién, en su sano juicio, puede negar la veracidad de su aserto de que la minería lleva desarrollo allí donde se realiza? Nadie con un mínimo de patriotismo o sentido común puede estar en contra de esta clara verdad, naturalmente  referida a la actividad legal y formal mas no a la otra minería, aquella que los mal llamados “Ambientalistas” no quieren darse por enterados de su existencia a pesar que destruye y asola el medio ambiente. Así, ¿qué les habrán  inoculado en sus mentes a estos traidores a la patria que, irracionalmente, gritan y claman para impedir el desarrollo de  la buena minería, sabiendo que la misma elevará el nivel de vida de cientos de miles de personas que viven bajo paupérrimas condiciones y a las que ellos, contradictoriamente, dicen defender?

Personalmente tuve la fortuna de conocer a Don Alberto, estableciéndose entre nosotros una relación abierta y fluida. Me impactó mucho cuando se refirió a Piura con cariño  mencionando a su tío Alfredo. ¿Quién era ese tío? El mismo que tuve yo, Alfredo Checa Eguiguren, hermano de mi madre y esposo de su tía carnal, Doña Rosa Benavides. Rato después, con los ojos húmedos, recordó a su querido primo Pipo, muerto en Piura. ¿Quién era Pipo? Su primo hermano, Felipe Malachowski Benavides, casado con mi hermana Marcela y muerto trágicamente en Ventarrones, Sullana, siendo un muy joven y exitoso Ing. Agrónomo al frente de la gran hacienda San Jacinto en el Chira.

Me contó que desde joven había oído hablar al tío Alfredo de la irrigación del valle del Piura trasvasando agua del río Chira y desde esas épocas tenía la idea de hacer algo por Piura. Así,  recién el año 2006,  la empresa que él creó más de 60 años atrás, Cía. de Minas Buenaventura S.A.A., obtuvo un denuncio en  territorio  de la Comunidad Campesina Apóstol Juan Bautista de Locuto, una zona abandonada por el Estado donde la gente  ni siquiera disponía de agua para beber. Me dijo: Lucho, ¿te imaginas cómo podríamos mejorar las condiciones de vida de esos piuranos si exploráramos y, ojalá, pudiéramos explotar ese yacimiento soterrado a  500 metros de profundidad? Añadiendo que la gran dificultad que debía sortear era obtener el agua requerida para la explotación, la que necesariamente tendría que buscar en el sub suelo.

Puede parecer raro, especialmente para muchos jóvenes que, como Rico Mc Pato, caminan con el signo de dólares impreso en sus pupilas, pero pienso que  a Don Alberto  nunca lo motivó el deseo o interés de acumular riquezas para sí, pues, si tal hubiera sido su móvil, y si desde  décadas atrás ya era inmensamente rico, ¿por qué continuó, hasta el último día que le fue posible, “arriba del caballo” o “conduciendo el timón”, como se prefiera,  en su propia y recordada oficina?

¡Simple y llanamente porque fue un apasionado por coadyuvar al desarrollo de su patria, también la  nuestra, el Perú!

Tenemos que confiar en que su legado ha quedado en buenas manos y los frutos de sus siembras continuarán dándose para beneficio de tantos peruanos necesitados y, finalmente, del país en su conjunto.