LAS BANDAS

Luis Gulman Checa

Ojalá el presente tratara de una grata reminiscencia, como  las bandas que antaño nos alegraban la vida en la plaza de Armas interpretando alegres piezas musicales. Lamentablemente, debo referirme a otras, las conformadas por delincuentes, organizados e ilegalmente protegidos,  para perpetrar latrocinios de toda especie  con absoluta falta de respecto por la vida y paz ajenas.

La reciente captura de  integrantes de la banda  “La Cruz de Piura”, efectuada por  fiscales y policías venidos de Lima para el efecto, así como las informaciones  sobre los delitos que cometieron; me ha revelado hasta qué punto la corrupción ha infectado el aparato público en general, pues, lo que recién ha salido a la luz, lo oí relatar, con “pelos y señales”, dos o tres años atrás, a un dilecto amigo, vecino y fundador de Cossío del Pomar colindante con Tacalá,  incluidos los nombres de los implicados, como  el del exárbitro.

También se refirió al hermano de una autoridad local, quien  se había apropiado de  terrenos en la zona e ingresado maquinaria a los  mismos, señalando  que dicha persona gozaba de la protección  de bandas delincuenciales.

Si un ciudadano común  estaba informado al detalle de estos hechos, los cuales también eran ampliamente conocidos en el barrio, ¿cómo así, no solo las autoridades competentes estaban ajenas a estos hechos, sino también el gran gremio de los periodistas, que, según las columnas de algunos diarios, saben hasta qué color de  ropa interior  usan ciertos funcionarios?

Sin duda, no siempre es la corrupción lo que silencia o inhibe a quienes deberían actuar de oficio, sino la  indiferencia y/o falta de compromiso para con la sociedad en su conjunto de tantos que, viendo únicamente su propia conveniencia y tranquilidad, callan y miran hacia otro lado en vez de acusar. Me refiero,  especialmente, a  fiscales, policías y periodistas.

¡Cuántas veces  aluciné haber ganado un  Tinkazo  para construir un edificio!  ¿Por qué? Por cuanto me repugna  informarme sobre  extorsiones de los llamados “Sindicatos de Construcción Civil”  a contratistas y propietarios exigiendo pagos para “permitirles” construir. Como “una cosa es con guitarra y otra con cajón”, ruego  poder enfrentar a la bestia para saber si, en el terreno de los hechos y la verdad, opto por “bajarme los pantalones” o la enfrento con todas las armas.

Está claro que cada día gana terreno la  “Ley de la selva”, no solo  gracias a  la proclividad generalizada de mirar hacia otro lado para no comprometernos, sino que, por lo general, estos pícaros  son reputados como “hábiles empresarios”.



Ante estos hechos, cada vez creemos menos en el Estado  e inconscientemente  empezamos a dudar quiénes son los que están en el camino correcto: si los delincuentes o el resto de ciudadanos reputados como más o menos normales. Así, luego de constatar la realidad,  va creciendo la delincuencia por cuanto enriquece a los malos sin ser reprimidos ni castigados.

Ante esta realidad no veo  posibilidades ya no de erradicar la corrupción, sino de que por lo menos disminuya. ¿En qué me baso? En que el combate contra estas lacras debe realizarse de arriba hacia abajo, y, fatalmente, en el Perú no solo se libera a los  de arriba, sino que, en el colmo de la desvergüenza, algunos hasta aspiran a gobernarnos.

Precisaré,  a modo de ejemplo, el   caso Comunicore. Para cualquier persona  pensante, este robo contra la Municipalidad de Lima, sacado a la luz por el diario PERÚ.21 cuando era dirigido por Fritz Du Bois, configuró un claro latrocinio  de más o menos  24 millones de soles  cuando era alcalde Luis Castañeda Lossio. Sin embargo, el Tribunal Constitucional, pese a que el alcalde, en su calidad de Jefe del Pliego,  responde por todo lo actuado en su gestión;  lo ha  declarado “limpio de polvo y paja”. Ello sería aceptable si, paralelamente, lo hubiera descalificado para ejercer cualquier cargo público por supina deficiencia mental, por cuanto habría que ser tarado para no darse cuenta que sus funcionarios de confianza estaban perpetrando tremendo  robo contra la entidad.

Entonces, si a los peces gordos se les premia con  impunidad total, ¿con qué autoridad moral vamos a sancionar a los pequeños delincuentes, comparativamente, como serían estos emprendedores  muchachones castellanos?

Si usáramos la misma vara para medir a las autoridades, deberíamos dejar de  mortificar a la señora Ruby a quien atormentamos  por insignificantes deslices, como  adelantillos no previstos y/o ligeros asomos de nepotismo.

Blog del autor: lgulmanch.blogspot.com