MI PRIMO JAVIER


MI PRIMO JAVIER

Luis Gulman Checa

Es, además de irremediable, una pena que el calendario no perdone y, así como con el transcurrir del tiempo  gozamos y/o sufrimos con los avatares de  hijos y nietos; de otra parte también vamos percibiendo que nuestro final se acerca al constatar cómo la generación a la que pertenecemos se reduce cada vez más.

Hago esta reflexión ante el reciente fallecimiento de mi querido primo Javier Helguero Checa en la ciudad de Guayaquil donde migró, como tantos piuranos lo hicieron tomando diferentes rumbos, a consecuencia de la Reforma Agraria. Sin embargo, él, que parecía llegaría a la tumba como soltero impenitente, allá contrajo nupcias con la dama Rucha Ávila, oriunda de Manabí, Ecuador, quien no solo le dio  a su único hijo, Francisco Javier, sino que fue una gran compañera hasta el último día de su vida prodigándole amor y cariño infinitos.

Nuestra generación, nietos de Miguel Checa y Checa y Victoria Eguiguren Escudero, hasta donde tengo conocimiento, estuvo formada por treinta y ocho primos hermanos, de los cuales, a la fecha, solo quedamos dieciséis, siendo cinco de ellos menores que el suscrito, lo que me hace pensar que debería ir poniendo las barbas en remojo.

Javier, quizá por razones de edad y convicción, fue el primo más ligado a las actividades agropecuarias de la familia Checa Eguiguren, habiendo trabajado por casi todas las haciendas  de costa y sierra desperdigadas en los valles del Chira y del Piura, como tantos otros piuranos lo hicieron en sus propios feudos, hasta que los tíos decidieron repartirse los fundos tocándole a su madre, la tía Matilde, la hacienda Sol Sol, adonde se vio obligado a ir  dejando su trabajo en Yapatera.

Recuerdo un día de los primeros años de los 50 cuando mi familia estaba intacta y vivíamos en los altos de la ya desaparecida Casa Eguiguren y oigo  gritos que provenían del patio: Luiso , Luiso, así me decía Javier, quien me traía de regalo un lindo lazo de sección cuadrada tejido en la sierra, quizá Frías o Parihuanás. A la sazón, cada vez que había asueto o vacaciones íbamos a Sojo donde vivíamos arriba del  caballo ambulando por todos los fundos de la margen izquierda o derecha, sumados a los vaqueros a cargo del ganado  desperdigado por los amplios potreros. La verdad es que me convertí en experto “lacero” y éste me acompañó hasta que, ya salido de La Molina, en enero de 1964, fui a trabajar a la Hacienda Santa Filomena en el Bajo Piura, porque así me lo impuso su propietaria y “Padrina” mía, la señora Adela Plata.

Porque el calendario no perdona, no conocí a mi abuelo Miguel, pero Javier sí y también, por razones de trabajo además de las familiares, tomó conocimiento de muchas historias y situaciones relacionadas con quien, muy apropiadamente, se puede afirmar  fue un hombre excepcional y que Javier admiraba y siempre recordaba. Por ejemplo, hubiera estado feliz el día de mañana, 25 octubre 2013, cuando se (re) inaugurará la Plaza Miguel Checa en la ciudad de Sullana, en ceremonia organizada por  la Municipalidad Provincial. Sin  la menor duda, si bien no físicamente, su espíritu estará ahí, homenajeando al abuelo.

Según me relató  Javier, un día visita al abuelo una señora que había enviudado y le dice: Don Miguel, le vendo mi hacienda tal. Él le dice: pero señora, porqué quiere usted vender su hacienda. Le responde la dama: necesito dinero para educar a mis hijos. Dice el abuelo: ¿cuánto necesita señora? Ella dice: tanto. Entonces, el abuelo sentencia: señora, no se preocupe, conserve su hacienda que sus hijos la necesitarán, tome, le presto el dinero. Así fue, la señora la conservó y sus hijos la disfrutaron hasta que Reforma Agraria se la apropió. Tanto mayor el mérito del abuelo aficionado a  adquirir más y más haciendas.

Quiero terminar rememorando una escena repetida varias veces en la casa hacienda de Yapatera, cuando obligatoriamente la tía Pepita organizaba un muy concurrido almuerzo por Fiestas Patrias al que asistíamos tíos, sobrinos y muchos amigos, entre ellos Mariana, vecina de Sáncor, que jamás faltaba. El rito culminante era el baile de la marinera y Javier era el danzante. En este instante lo estoy viendo flirteando en la pista con la “China” Barúa, pero ahí no más, él siguió soltero por muchos años más.
 
Querido primo, te vamos a extrañar mucho no solo porque siempre fuiste bueno y querendón con la familia, sino porque, al menos a mí,  me encandilaron las viejas historias familiares que contabas. Hasta pronto.