A L E J A N D R O

 

Volaste raudo al cielo en unión de cuatro entrañables amigos sumiéndonos en profundo estupor al no comprender qué mensaje pretendió enviarnos Nuestro Señor, pues, sabiendo que todos hemos de morir algún día, no alcanzamos a entender la razón por la que cinco jóvenes en la flor de la edad, aplicados estudiantes buscando graduarse con honores para ser útiles a la sociedad en el futuro, vieron su vida truncada en forma abrupta e inesperada.

 

Este suceso que sumió en la tristeza, desconcierto y desesperación a varias familias piuranas, se encuadra dentro de la afirmación referida a que los designios del Señor son inescrutables, es decir, indescifrables e imposibles de ser entendidos por nuestra naturaleza humana.

 

Sin embargo, Alejandro, si bien ya no estarás en el futuro físicamente a nuestro lado, en lo referido a lo realmente importante, nuestro espíritu, permanecerás por siempre con nosotros de modo que no solo no te olvidaremos sino que, aunque no materialmente, nos acompañarás hasta el fin de nuestras vidas.

 

Tus cualidades y virtudes quedaron plenamente confirmadas cuando presenciamos las reacciones de muchos amigos tuyos mostrando  desconsuelo y desesperación contemplándote en el féretro, como también las sentidas y profundas palabras acompañando varios arreglos florales enviados a tu velatorio. Con franqueza, debo reconocer que sentí sana envidia leyéndolas, por cuanto no creo  cuando me toque a mí dejar este mundo haya alguien que exprese tanto amor, desconsuelo y tristeza por mi partida, como sí abundaron tales manifestaciones ante tu intempestiva marcha al cielo.

 

¡Cuánta energía y vitalidad desplegabas sin descanso! No solo eras un excelente alumno de la Universidad de Piura sino que tu actividad física era impresionante, pues, si no estabas en el gimnasio era porque el agua de la piscina  era surcada por tu grácil y veloz nado libre o, también era la raqueta la que te obligaba a desplazarte a la velocidad del rayo o la “redonda”, dueña y señora del fútbol, deporte que también practicabas con deleite, alegraba tu espíritu.  Además, por supuesto, la bicicleta era tu medio de transporte preferido.

 

Me consuela la certeza que no estarás solo por cuanto Miguel, tu tío que te antecedió cuatro años en su viaje a la vera del Señor, te habrá acogido con los brazos abiertos y ya me los imagino felices y contentos con vuestras cañas de pescar en las pródigas lagunas celestiales, tan igual como lo hacían cuando estaban en este mundo en unión de tu padre y primos.

 

Me consuela la certeza que falta poco tiempo para que llegue la hora en que volveré a reunirme contigo y Miguel. Un abrazo eterno.

 

Tu abuelo.