Fútbo peruano: reflexiones de un aficionado

Luis Gulman Checa

La reciente debacle peruana en el torneo sudamericano clasificatorio para el mundial de Sudáfrica del próximo año, curiosamente sólo originó merecidas diatribas contra el impresentable presidente de nuestra Federación, así como ácidas críticas contra el bisoño y crudo entrenador obviando lo básico: la inexcusable injerencia extra deportiva que, desde muy temprano, liquidó absolutamente cualquier atisbo de esperanza que hubiera existido de que un representativo peruano pisara los pastos (no los malditos plásticos que abundan en el Perú) sudafricanos el próximo año.

Una digresión antes de entrar en materia. Si el Perú fuera un país poblado por émulos de Santos y Ángeles, sería no sólo un remanso de paz, concordia, sosiego y amor desbordante por doquier, sino que no existirían los Clubes de Madres, los Programas del Vaso de Leche, ex gobernantes presos, presidentes regionales y alcaldes que, en vez de en sus despachos, deberían estar en la cárcel. Asimismo, tampoco serían robadas semanalmente en Piura dos o tres flamantes camionetas para ser vendidas en el Ecuador. Es decir, la vida discurriría tan inmersa en los cauces de la ética y la moral, que el aburrimiento podría ser la principal causa de mortalidad humana. Fin de la digresión.

Como nuestro país es lo contrario a la utopía pintada líneas arriba, los futbolistas, provenientes mayormente de los estratos medios o bajos de la sociedad, no merecen ser satanizados por cometer pequeños deslices, como ingerir una copa de más o solazarse en un momento de distensión “comiéndose una manzana”, tan igual como nuestro padre Adán cuando fue tentado por la ¿malévola? Eva. Entonces, si lo afirmado fuera razonable, ¿cómo fue posible que el país entero se dejara llevar por un irresponsable que armó un interesado “incendio mediático” por los supuestos desmanes que habrían ocurrido en aquél hotel?

Para aquilatar la injusticia perpetrada contra estos jóvenes deportistas, comparemos los “desmanes” que supuestamente cometieron con los probados delitos e inconductas perpetrados por decenas de congresistas, empezando por el vergonzoso y rastrero transfuguismo, que continúan mamando de las ubres públicas. ¿Por qué fuimos tan severos con unos mientras apañamos a los otros?

Lo más ridículo del asunto fue que los bárbaros e inescrupulosos “malandrines” que nosotros vapuleamos y denigramos infiriéndoles el tremendo castigo de prohibirles lucir la “gloriosa bicolor”, no dejaron de integrar sus respectivos equipos extranjeros ni un instante, ni, tampoco, vieron mermados sus millonarios ingresos como futbolistas ni en un mísero céntimo. Entonces, ¿acaso no debió ser del más elemental sentido común analizar, antes de hacer el papelón de “sancionarlos”, cuál iba a ser el real efecto de tal medida?


Para peor, los supuestos “faltosos”, al ser excluidos del equipo patrio, ¿fueron sancionados o premiados? La respuesta depende del cristal bajo el que se analice la situación, porque un punto de vista válido sería que fueron premiados al liberarse del agotador trajín implícito en trasladarse desde sus lejanas residencias europeas - castigándose físicamente a falta del tiempo mínimo para adecuar el organismo al cambio horario - viniendo a integrar un equipo “desintegrado” e inexistente con casi nulas probabilidades de lograr uno de los cupos clasificatorios para las finales del mundial 2010.

La obvia pregunta a plantear es la siguiente: ¿por qué la FIFA, que tiene al fútbol mundial asido en un puño, permite que un futbolista que se hizo acreedor a una suspensión por decisión de la Federación de su país por una falta que, figurativamente, merecería se le aplique la pena de muerte; no la generaliza de modo que el infractor desaparezca de todos los campos de fútbol - y también los ingresos económicos de sus bolsillos - hasta cumplir la sanción recibida?

La respuesta es simple: por no estar conducida por idiotas y tener presente que su deber principal es acumular dinero por lo que el dólar es su enseña. Por ello, hábilmente está dividida en compartimentos estancos de modo que, figurativamente, un futbolista sancionado en una Federación cualquiera, puede, por ejemplo, continuar siendo un dios del Olimpo en la Premier League, porque a los fanáticos ingleses no les interesa lo que hizo o dejó de hacer en su país. Dicho en criollo, mientras acá satanizamos y despreciamos a nuestros mejores futbolistas, los europeos siguieron disfrutando de ellos importándoles un comino si por acá tuvieron o no problemas con Baco o la manzana de Eva.

Piura, 24 noviembre del 2009.
(Publicado en Suplemento Semana el 13 diciembre)