¿TRAGO HASTA LA MEDIANOCHE?
(Piura, 03 julio del 2015)
Luis Gulman Checa
¡Propuesta sin pies ni cabeza! ¿Qué tal hasta
las 11.30 o las 01.00 horas? ¿Cuál es el fundamento para que a personas hechas
y derechas, normales, sociables y de buenas costumbres, se les impida recibir
el alba bebiendo si así les apeteciera?
Sin duda la propuesta se ha inspirado en la
reciente proliferación de informaciones dando cuenta que el consumo de licor se
expande cada vez más entre jóvenes. Pues, si tal fuera la razón, ¿qué sentido
tiene “permitirles” beber solo hasta la medianoche, cuando, de acuerdo a tal
criterio, tendría que prohibirse la
venta de bebidas alcohólicas permanentemente para impedirles libar?
Esta propuesta municipal resulta tan absurda
como la de los cascos para los motociclistas, aunque, en honor a la verdad,
aquélla fue una tremenda “metida de pata” - salvo que sea cierto que el “interés”
era venderlos - por cuanto, a auténticos violadores de la ley, según vigente
ordenanza municipal, se les dio estatus
de legalidad. En resumen, el actual alcalde terminará su período y los
motociclistas, zurrándose en la ley y en todos los piuranos, continuarán
contaminando el transporte público.
Digresión: Quizá AGP podría usar este fenómeno
afirmando que somos un ejemplo en “transporte innovador” acercándonos al
primer mundo, como, insolente y
demagógicamente, anunció cuando
gobernaba amparado en los millones de teléfonos celulares operando en el país.
Volvamos al trago. La solución para que el
alcalde termine con la indudable y real desgracia de ver cómo liban menores de
edad en la vía pública, abastecidos por negocios formales que, a vista y
paciencia de la autoridad competente les venden licor; es muy simple:
Escoja un par, entre
las personas de confianza y de indudable honradez integrantes del equipo con el que asumió la administración edil, para
que identifiquen, cierren, denuncien y
apliquen todo el peso de la ley, a los establecimientos que expenden licor a
menores de edad.
Sin embargo, hay otro estamento social que
tiene gran responsabilidad por la proliferación de este fenómeno: los
padres de familia. Si profundizamos, hallaremos una contradicción en la
preocupación ciudadana representada por la máxima autoridad:
Si a los padres no
les importa que sus hijos se emborrachen en la vía pública, ¿por qué tendrían
que preocuparse terceras personas?
Ello nos lleva a otra reflexión: dentro de la
extensísima legislación que asola nuestro país, ¿no existe ninguna norma que establezca deberes y
obligaciones de los progenitores hacia sus hijos? De haberlas, y si los obligados no cumplieran con ellas,
¿no están señaladas las penas por tan grave omisión?
Entonces, si así
estuviera normado, ¿la erradicación de esta lacra social no caería en el
terreno del Ministerio Público?