OMAR CHEHADE: ¿SOPORTE MORAL DEL PERÚ?
(Piura, 04 octubre 2015)
Luis Gulman Checa
En la edición de “Perú.21” de la víspera,
aparece en primera plana una fotografía del ¿impoluto y guía para las
generaciones futuras del país por su honestidad, rectitud y lealtad a los
principios y deberes que juró defender?, Omar Chehade, declarando, según el
diario, lo siguiente:
Omar Chehade
despotrica de la pareja presidencial
SIN PELOS EN LA
LENGUA
Exlegislador de Gana
Perú dice que Heredia gobierna el país y tiene secuestrado psicológicamente a
Humala
Lo primero que debiera pensarse leyendo tal
primera plana, es que nuestro país no tiene remedio y continúa rumbo a
confirmar el grave pronóstico que pende sobre nuestro futuro: el de
convertirnos en un país fallido, básicamente porque en la escena
pública medran gran cantidad de muertos vivientes, como, por
ejemplo, el “levantado” y “promocionado” Omar Chehade por este infame poder
mediático que, de continuar, acelerará el descalabro nacional.
Siendo innecesario precisar los antecedentes
delincuenciales y absolutamente descalificadores de este sujeto, ¿acaso no
deviene en total falta de respeto para con la opinión pública nacional que
ahora - sin duda con fines protervos de destruir al actual legítimo gobierno -
se le presente cual Mesías propagando un
mensaje inapelable?
Comparemos el escenario político con lo que
sucede en cualquier otro, como, por ejemplo, el fútbol. Si en el “deporte de
las multitudes” se aplicaran los usos y costumbres imperantes en la política,
el trío atacante peruano que enfrentaría a Colombia el próximo día 08 sería:
Juan José Muñante,
Valeriano López y Óscar Gómez Sánchez
Alguien dirá, este individuo no sabe lo que
dice, pues ¿cómo podría jugar un finado? Y el suscrito retrucaría, ¿acaso no es
la pura verdad que en el Perú, algunos finados reales continúan ejerciendo
poder abrumador en nuestro devenir político, además, por supuesto, de quienes,
como Omar Chehade, debieran estar, figurativamente, muertos y enterrados, pero siguen gozando de buena
salud?
Con la mano en el corazón reflexionemos, preguntémonos
y respondámonos a nosotros mismos:
¿Cuántos de nuestros
actuales hombres públicos de relevancia nacional, deberían estar en la cárcel?