PITONISOS SÍSMICOS: ¿OTRA VEZ ANDRÉS?

(Piura, 15 diciembre 2017)

Luis Gulman Checa

La edición de “El Tiempo” del día de ayer publicó una entrevista, terrorífica y abracadabrante, al distinguido consultor internacional en gestión de riesgos y desastres, Ing. Julio Kuroiwa, quien, una vez más, vaticinó que una atroz e inconmensurable catástrofe se abate sobre nosotros, los abúlicos, descuidados y omisos piuranos.

“Silencio sísmico de 100 años aumenta probabilidad de un desastre en Piura”

Obviamente, como comprenderá usted, estimado lector, el ilustre ingeniero está vaticinando que, ante el silencio sísmico (ausencia de terremotos) de más de 100 años - habida cuenta que, según él, el último nos atizó el año 1912 -,  es muy probable que Piura deba enfrentar un gran desastre sin tener la certeza que la ciudad podría soportarlo, ergo, estaríamos ad portas de ser pasibles del conocido adagio que dice así:

Tras cuernos, palos.

Se comprende  que los cuernos referidos aluden al desastre ocurrido el verano pasado, no achacable a la naturaleza sino a la punible incapacidad de autoridades (in) competentes, responsables de los desbordes del río Piura.

Digresión:

El río Chira no causó estropicio alguno pero los pícaros de turno aprovecharon la oportunidad para trasegar más dinero sucio a sus pestíferos bolsillos. (Confiemos que más temprano que tarde les caiga su Lava Jato)

Sin embargo, reconociendo mi condición de ignaro absoluto en el tema de pronosticar la ocurrencia de terremotos, mas apelando a la memoria y el sentido común, me atrevo a contradecir al citado experto, por cuanto en 1970 Piura (con epicentro en Querecotillo) soportó un  terremoto.

Aquella noche, dormía plácidamente  en la casa que habitaba en la hacienda Yapatera, felizmente solo, y, a pesar que ni pestañeo ante los temblores, instantáneamente a la velocidad del rayo salí alejándome m/m 50 metros mirándola oscilar,   cual papelote al viento, durante un largo lapso  esperando que se precipitara destrozada al suelo. Lo que, de milagro, no ocurrió.

Prueba de que no se trató de un  temblorcito de dos por medio es que el antiguo inmueble en el que funcionaba la Corte Superior de Justicia, desde que el suscito tuvo uso de razón, sito en la cuadra 05 de la calle Lima, fue desocupado, ipso facto, por cuanto había quedado al borde del desplome.
A la fecha,  transcurridos 47 años y algunos meses desde aquel sismo,  el citado inmueble continúa majestuoso y enhiesto, lo que demuestra, fehacientemente, que los expertos que determinaron su abandono estaban, literalmente, en la mera calle.

Me convertiré, irresponsablemente y por un instante, en pitoniso sísmico formulando mi propio vaticinio:

El que antaño fuera idílico balneario, La Esmeralda de Colán, actualmente con cuchocientas casas y cuya población se eleva estratosféricamente en ocasión de “celebrar” la llegada del año nuevo, es una BOMBA DE TIEMPO, pues, si el 31 de diciembre por la noche ocurriera un brutal terremoto en el mar muy cerca a la costa, el tsunami generado podría empalidecer al que destruyó Krakatoa en 1883  borrando del mapa todo lo existente, incluida la iglesia más antigua de América del sur, además, por supuesto, de las miles de víctimas humanas. Obviamente, el vaticinio es extensivo a Paita, Yacila, Talara, etc., etc.

Retomando la seriedad:

¿Es probable que, en cualquier momento, Piura soporte un atroz terremoto? Por supuesto que sí. No obstante,  así como es imposible predecir o anticipar qué día y hora morirá cada uno de nosotros, también lo es pre fijar la fecha en que nos caigan los palos.

Entonces, siendo imposible reconstruir y/o reubicar todas nuestras viviendas para que estén a salvo de desastres naturales:

¿Cuál es la utilidad, beneficio o ganancia de estar pronosticando atroces terremotos y/o  tsunamis?