CORRUPCIÓN: EL MAL QUE DESANGRA AL PERÚ (FINAL)
(Piura, 14 julio del 2016)
Luis Gulman Checa
Hubiérase esperado que luego de la pública
exposición de algunas de las filmaciones de Vladimiro Montesinos con diversos
interlocutores, pintándonos de cuerpo entero como
país corrompido hasta el tuétano, como también - gracias a las nuevas tecnologías comunicativas
- a la gran cantidad de conversaciones ilegalmente grabadas pero audibles y
entendibles; la corrupción tendría que haber disminuido tendiendo a desaparecer
al haber devenido en imposible, como antaño, ser corrupto y navegar
con enseña de santo.
Sin embargo, ello no ha sucedido y la
corrupción no solo sigue viva y coleando sino que, cada día, se robustece. Entonces, ¿quién podrá salvar al
Perú ahora que el Chapulín Colorado descansa en paz?
Considero cínicos y sinvergüenzas a quienes exigen
al flamante presidente electo combatir
y erradicar la corrupción, por
la simple razón que ésta se ha convertido en una peste, como las que antaño
asolaban y diezmaban la población
mundial.
¿Acaso no es verdad
que tales azotes de la naturaleza contra la humanidad obligaron al hombre a
descubrir antígenos para neutralizar/destruir a los patógenos causantes de las diversas
pestes?
Entonces, siendo obvio que deberá pasar mucho
tiempo hasta que el hombre logre combatir la corrupción aplicando una vacuna,
por el momento tal tarea descansa en las manos de dos organismos públicos:
El Ministerio Público
y el Poder Judicial, que tienen la obligación de actuar tan rápida y
drásticamente como las vacunas y/o medicamentos actúan contra los patógenos: Juzgándolos,
condenándolos y liquidándolos en el término de la distancia, aplicando el
máximo rigor que permite la ley.
Sin embargo, aquí aparece otro organismo responsable al tener a su cargo el dictado de
las leyes, es decir, las herramientas a disposición de los antes mencionados
para combatir
y erradicar a los patógenos/corruptos:
Está en manos del
Congreso de la República aprobar las normas requeridas por los organismos
encargadas de aplicarlas, para que la erradicación de la corrupción empiece a
ser una realidad.
Veamos dos casos demostrativos de que, en el
Perú, no hay normas, predisposición,
ánimo ni voluntad para erradicar la corrupción.
Gregorio Santos y Alejandro Toledo. Mientras
el primero está en prisión hace mucho tiempo, al segundo, después de años de
haberse hecho patente su enriquecimiento ilícito, recién se le ha abierto proceso
continuando en libertad. Piense usted, estimado lector:
Acaso no es
vergonzoso para el país que los entes encargados de administrar justicia dejen
correr el tiempo sin determinar cuál es la real situación jurídico/penal de
estas personas. ¿Son o no culpables? ¿Por qué está preso Santos y no Toledo? Si
finalmente Santos no fuera condenado (como sucedió con Rómulo León), ¿el Estado
lo indemnizaría pecuniariamente como sería justo?
Si la situación se debiera a que nuestro orden
legal es un desastre inentendible e inmanejable, ¿por qué razón no se
ordena y actualiza con los tiempos que corren?
Ojalá me equivoque,
mas creo deberse a que quienes están obligados a poner coto a este mal,
prefieren dejar las cosas como están hasta que les llegue a ellos el momento de
“cortar el jamón”, es decir, tomar el poder para aprovecharse de la peste del momento: La
Corrupción.