LA PÍLDORA Y LOS OBISPOS
(Piura, 25 agosto del 2016)
Luis Gulman Checa
¿Es lógico, aceptable o racional que alguien
que jamás vio un submarino, pontifique respecto a la operación y manejo de los
mismos? Por supuesto que no, y tal individuo, si existiera, sería un chiflado.
Sin embargo, los señores obispos, agrupados
en la Comisión Episcopal, quienes, de acuerdo a sus votos, no tienen ni jamás
tuvieron sobre sus hombros la responsabilidad de criar y educar hijos; sí se
atreven a pontificar respecto a una imprescindible medida de gobierno terrenal
que busca poner freno a la sobrepoblación, ergo, absolutamente ajena a su competencia
o razón de ser:
Lograr que nuestras
almas disfruten de la vida eterna, por los siglos de los siglos, al lado de Dios
Padre y Nuestro Señor Jesucristo.
Me refiero al fallo emitido por un juez
disponiendo que el Estado distribuya, gratuitamente, la llamada píldora del día
siguiente, cuyo objetivo es impedir el embarazo cuando el coito se ha realizado
en días favorables para que el espermatozoide masculino fecunde al óvulo
femenino., es decir, para procrear.
Estos señores aducen
que la ingesta de tal píldora es un crimen - tan igual como eliminar a una
persona hecha y derecha a balazos - porque estaría quitándosele la
vida - asesinando - a un ser humano, por cuanto éste ya existe desde
el instante mismo del contacto del espermatozoide con el óvulo.
Quizá para algunos la opinión de estos señores sea
la voz de Dios, en consecuencia, si no queremos que nuestras almas se
quemen en el infierno por los siglos de los siglos, tenemos que
recibir, henchidos de dicha y felicidad, todos los hijos que el Señor
nos envíe.
Sin embargo, reflexionemos y preguntémonos
cuánta credibilidad merece el actual discurso de los señores obispos, por
cuanto, como la historia lo demuestra, el comportamiento y/o actitud de la Iglesia,
con el transcurrir del tiempo, ha ido variando, atreviéndome a decir
que lo ha hecho de acuerdo a cómo soplaba el viento. ¿Por qué? Señalaré solo
dos cambios dramáticos:
Siglos atrás, la
Santa Inquisición, guardiana suprema y celosa de la fe cristiana, quemaba y
descuartizaba a cualquier persona que disintiera de las creencias de la iglesia
o fuera sospechosa de poder hacerlo. Tal infame institución desapareció, es
decir, la Iglesia cambió.
Hasta algunas décadas
atrás, la muerte de un masón, para la Iglesia y los señores obispos, era tan o más intrascendente que la de un
perro callejero. Sin embargo, desde hace 20 o 30 años, estos difuntos, para la
misma Iglesia, recuperaron su condición de seres humanos, a pesar que la
masonería siguió tal cual. Una vez más,
la Iglesia cambió.
La pregunta obvia es la siguiente:
¿Cuánto tiempo
faltará para que la Iglesia, representada por los señores obispos, vire 180° respecto a su posición sobre el uso
de la píldora del día siguiente?
Ahora bien, estos señores merecerían todo el
respeto si fueran coherentes en el cumplimiento de las Enseñanzas y el
Evangelio, de modo que su actual prédica sustentada en el Creced y multiplicaos, fuera
de la mano con la parábola referida al camello, los ricos y el ojo de una aguja,
es decir, si vivieran en la pobreza mas no como príncipes, ante el
desconcierto de los millones de pobres que ven agudizarse su crítica condición
llenándose de hijos por acatar sus prédicas.
ZAPATERO A TUS
ZAPATOS.