CONFUSIÓN INFORMATIVA

 

(Piura, 20 noviembre 2020)

 

Luis Gulman Checa

 

La reciente ascensión al “Trono” de Francisco Sagasti, gracias a la bienaventurada libertad de opinión y prensa libre, según escritos de dos cotidianos opinantes compartiendo página en el mismo medio, nos ha colocado a los peruanos en un disparadero: démosle tiempo al tiempo para saber si es un enviado de Dios para liberarnos del caos o, contrariamente, es un engendro de Satanás con el encargo de convertir nuestra tierra en  sucursal del infierno.

 

Me refiero a las columnas de Augusto Rey y Aldo Mariátegui, respectivamente, publicadas en la edición de la víspera de “Peú.21”. Así, mientras el primero, quien fuera importante baluarte durante la gestión de Susana Villarán al frente de la MML, siendo conocida su proclividad izquierdista, derrama mieles y halagos sobre las primeras acciones del flamante presidente, haciendo  especial hincapié en el gran acierto implícito en la escogencia de los ministros; mientras,  desde la otra esquina (aunque ahora aparece uno sobre el otro), Aldo Mariátegui, a quien todo lo que asome rosado lo coloca al borde del colapso, pone el grito en el cielo advirtiéndonos que la “caviarada” ha capturado el Estado, lo cual, ante la dificultad para saber hacia qué lado patean quienes reciben tal calificativo, tendría que llenarnos de zozobra.

 

No obstante, respetando la norma que dice revisar el pasado para prever el  futuro, de primera intención hallamos un tremendo baldón en la ejecutoria del flamante presidente: fue funcionario de confianza y de alto rango del “Atila”, Juan Velasco Alvarado, cuando destruyó al Perú, habiéndose especializado, según varias afirmaciones, en la expropiación de empresas, desgraciada decisión cuyas consecuencias nos hicieron retroceder m/m 100 años.

 

No digo que tal hecho lo descalifica absolutamente por cuanto la esperanza debe primar entre nosotros. Así, hagamos memoria: si hasta el archí enemigo del cristianismo, Saulo de Tarso, tras confrontar a Jesús devino en su fiero defensor viajando por medio mundo difundiendo la flamante fe; ¿por qué no pensar que F.S., luego de constatar la desgracia que sus acciones derramaron sobre el país, se haya arrepentido al extremo de perder el sueño por el crimen perpetrado?

 

Obviamente, como peruano de bien, ruego a Dios  se cumpla la profecía de Augusto Rey, pues no puedo ni imaginar qué sucedería si continuáramos estableciendo insuperables marcas mundiales de modo que en el futuro inmediato superáramos la establecida recientemente. ¿Cómo así?

 

Con la designación del tercer presidente por el Congreso.