JORGE DEL CASTILLO: ¡QUÉ PENA!
(Piura, 07 mayo 2019)
Luis Gulman Checa
Lamentable y/o risible el espectáculo montado
el día de ayer en la Comisión de Defensa del Congreso presidida por Jorge del
Castillo, con la finalidad de achacarle a terceras personas la responsabilidad
por la decisión libre, soberana y voluntaria de Alan García al suicidarse.
Si realmente quienes permanecieron por
décadas cual acólitos de AGP - como sin duda merecen calificarse los actuales
congresistas ¿apristas? - respetaran su memoria, deberían dejarle a la posteridad llegar a las
conclusiones que crea convenientes referidas a su ejecutoria en este valle de lágrimas.
El intento de achacar a terceros su muerte es
aún más absurdo por cuanto el finado, como lo demuestra la carta que escribió
mucho antes de suicidarse; estaba decidido a tomar tan drástica decisión antes
de ser detenido, esposado y encarcelado.
Además, con las informaciones salidas a la
luz luego de su muerte, estaba claro hasta para un ciego que jamás hubiera
pisado la cárcel. Entonces, me pregunto, ¿acaso sus acólitos no estaban
conscientes de ello, razón por la que debieron tomar las debidas precauciones
como, por ejemplo, no dejarlo solo o despojarlo de las armas que tenía a su
disposición?
Cambiando de cristal, solo un obcecado podría
continuar defendiendo la teoría que la pulcritud y honradez signaron la
ejecutoria pública de AGP, pues, desde que irrumpió como presidente de la
República, su patrimonio empezó a crecer en forma inexplicable, hecho que debió
recordarnos el conocido aforismo:
Sacristán que vende
cera sin tener cerería, de donde pecata mia sino de la sacristía.
Respetuosa, educada y sinceramente me permito
recomendar tomar la siguiente decisión a los referidos acólitos quienes, con
los pies en la tierra, deben reflexionar respecto a la crítica situación que
atraviesa el partido que fundara Haya de
la Torre y fue devastado por AGP y quienes le llevaron el amén:
Evapórense,
desaparezcan, conviértanse en humo y dejen que el Partido se auto regenere por
la acción de personas incontaminadas y probadamente libres de haber recibido
los malos influjos del finado.