EL INFIERNO: ¿EXISTE?

(Piura, 14 enero 2019)

Luis Gulman Checa

Me refiero al lugar subterráneo de castigo/sufrimiento que, para muchas religiones, aunque con distinto nombre, irán a parar las almas de todos  los pecadores donde serán sometidas al tormento eterno.

Creo que tal existencia es una alegoría, por cuanto, en nuestro caso, siendo Dios un dechado de bondad, es absolutamente inadmisible que sea capaz de guardar tanto rencor/odio como para infligir semejante castigo a quienes pecamos. Ello es tanto más racional desde que fuimos creados a su imagen y semejanza. Así,  pues, preguntémonos:

¿Alguna persona humana sería capaz de atacar/zaherir/vilipendiar/ofender/robar  a un hermano motivado por el odio/inquina acumulado en su ser hasta el último instante de su existencia?

Siendo la respuesta que ello deviene en inimaginable (salvo graves perturbaciones mentales), menos aún sería propio que Dios Nuestro Señor albergara tan deplorables/indignos sentimientos en contra de sus hijos.

Entonces, si de acuerdo a lo expuesto, el Infierno, tal y como lo concebimos desde niños cuando aprendimos el Catecismo, no existe, siendo una mera alegoría, ¿cuál habrá sido el mensaje que quiso enviarse con la tremenda amenaza del castigo eterno?

Que, todos pagaremos por nuestros pecados/faltas/errores, pero no luego de haber exhalado el último suspiro sino aquí, en este valle de lágrimas, en el curso de nuestra vida terrena.

En consecuencia, pienso que nuestra existencia se asemeja a un libro contable en el que, al final, las cuentas cuadran quedando el saldo en cero. ¿Qué quiero significar? Simplemente que el infierno y el paraíso son los parajes por los que transcurre nuestra vida representados por los golpes/sinsabores/desgracias o por las alegrías y etapas de felicidad que atravesamos, respectivamente.

Lo expuesto me ha llevado a reflexionar, reiteradamente, acerca de la evidente contradicción implícita en la actitud de muchas personas, en apariencia puras y libres de pecado como lo demuestra su presencia en el altar para recibir el Cuerpo de Nuestro Señor,  cuando, realmente, viven carcomidas por el odio y la inquina.

Me pregunto, figurativamente, cuando mueran:

¿Irán al cielo o al infierno?