LLUVIAS: ¿QUIÉN ENTIENDE A LOS PIURANOS?

(Piura, 11 febrero 2019)

Luis Gulman Checa

Si el peligro que se cernía sobre nosotros era una sequía auténtica, ahora, cuando  la naturaleza aparece desbocada echando por la borda las antiguas reglas que la regían, como, por ejemplo, que las condiciones climáticas se alternaban entre el norte y el sur (Mientras el año 1983 acá sufrimos un espantoso FEN, en el sur casi murieron de sed); ante las primeras lluvias caídas en nuestro departamento, haciendo avizorar que la nefasta sequía no se producirá, preguntémonos:

¿Deberíamos estar felices y contentos o llorando y quejándonos según difunden los medios?

¿Las lluvias son un castigo/maldición de la naturaleza o, por lo contrario una bendición dispuesta por la providencia?

Imaginemos cómo sería nuestra vida (si alguien pudiera vivir en estos lares) si en nuestro departamento no lloviera. Entonces, debemos recibirlas  agradecidos  al ser gracias a ellas que nuestros campos están cubiertos de abundante vegetación; los animales (de cuatro patas) pastan y engordan para nuestro beneficio;   las poblaciones se abastecen de las aguas que discurren por los ríos o de las depositadas en los acuíferos y, como colofón y gracias a importantes obras construidas por el hombre, gracias al agua que producen, tenemos la posibilidad de explotar miles de hectáreas de tierras fértiles que deberían generarnos enormes riquezas.

Por lo expuesto, es inexplicable el sesgo adoptado por los medios cuando informan al respecto, como, por ejemplo, la llamada en portada de la edición de “El Tiempo” de la fecha:

Las lluvias castigan a la sierra y autoridades buscan proteger obras viales

Morropón, Ayabaca y Huancabamba son  las zonas más afectadas por los desbordes de las quebradas. En tanto, en Piura se teme por las obras de rehabilitación a medio hacer.

Entonces, si los razonamientos expuestos líneas arriba se ajustaran a la verdad, ¿es aceptable calificar lluvias (que fueron normales) como CASTIGO?






La conclusión indiscutible es que las lluvias, al margen de su intensidad, son un regalo de Dios, siendo el hombre el único responsable de los supuestos castigos, desgracias y males absurdamente achacados a ellas, por su absoluta estupidez cuando, al afincarse y/o construir obras de infraestructura, olvida poner por delante de cualquier consideración los efectos derivados de la máxima precipitación imaginable.

¿Otra prueba de la estupidez humana?

¿Cuán deficiente se requiere ser para planificar la ejecución de obras civiles cuando podría llover?