(Piura, 26 enero 2020)
Luis Gulman Checa
Anoche, antes de echarme en brazos de Morfeo, leí la columna de Doña
Virginia Rosas, cultísima analista internacional, titulada Good morning Vietnam,
trayéndome a la mente la convicción que, si no enmendamos el rumbo que llevamos
terminaremos en el despeñadero.
Pensemos que, mientras nosotros estamos muy
próximos a ¿celebrar? nuestros 200 años de fundación, ellos, los vietnamitas, el próximo
febrero cumplirán 90 años de vida
como nación. Sin embargo, pudiéndolos calificar de imberbes en comparación con
nosotros, para nuestra desgracia y sana envidia, el Perú equivale a una zapatilla
vieja frente a país tan próspero y desarrollado.
El desarrollo de Vietnam se torna aún más
extraordinario por haber estado varias décadas primero bajo el yugo de naciones
europeas y, posterior y últimamente, siendo desangrado y destruido por la
llamada guerra de Vietnam que, incluso, dividió el país en dos. Entonces, ¿cómo
fue posible el milagroso desarrollo comentado? Gracias a que la providencia los
bendijo dotándolos de un guía formidable: Ho Chi Minh
Reconozco que, terminada la lectura, me sentí
ufano. ¿Por qué? Por cuanto, la clave o llave del éxito de Vietnam reside en
que impera una regla absolutamente opuesta a la que nos rige y que he
calificado como eleccionitis (en alusión a colitis, artritis y todos los otros
males similares), la responsable de la desgraciada condición que mostramos
frente a la que debiéramos ostentar gracias a los dones que la naturaleza puso
a nuestra disposición, incluida, hablando francamente, la planta de la Coca. (*)
¿Acaso estoy diciendo que las elecciones son
equiparables a una peste que asola, diezma y destruye? Sí, eso mismo quiero
decir, siendo prueba de ello no solo la situación que atraviesan o atravesaron
nuestros últimos presidentes de la República sino también los cientos (¿o serán
miles?) de autoridades y exautoridades elegidas a lo largo[A1] y ancho del país,
purgando penas de cárcel y/o en vías de hacerlo una vez concluidos los procesos
en marcha.
¿Sabe, estimado lector
(a), cuántos partidos políticos existen en Vietnam, frente a los 24 vigentes en nuestro asolada/saqueado
Perú?
Solo uno: el Partido
Comunista de Vietnam.
¿Acaso se requiere ser un genio para concluir
que la diarreica aparición de partidos políticos en nuestra patria se
debe, mayoritariamente, a los asquerosos apetitos por tener acceso a un trozo
más grande de la torta que, figurativamente, ha sido el Perú a lo largo de su
vida como nación?
Preciso que, de comunista no tengo ni un pelo,
pero, asimismo, estoy absolutamente convencido que la democracia (responsable
de la eleccionitis) es un plato demasiado sofisticado para nuestros
burdos paladares.
¡Qué maravilloso país
sería el Perú gobernado por un(a) autócrata mezcla de María Santísima y el
Espíritu Santo!
(*) Tema a tratar próximamente.