OBRA PÚBLICA: MÁS VALE MALO CONOCIDO

(Piura, 14 noviembre 2018)

Luis Gulman Checa

Es sorprendente que en Piura, donde en el último medio siglo  se han realizado obras de infraestructura hidráulica de gran nivel y calidad constructiva, ahora,  vergonzosamente, casi cotidianamente salen a luz escándalos, tratas y estafas a raíz de la fallida ejecución del proyecto Alto Piura.

¿Cómo fue posible que en un territorio con semejante experiencia se haya manejado esta obra tal y como si fuéramos una recua de ignaros, incompetentes y, peor aún, corruptos?

El último escándalo referido a los proveedores del consorcio Obrainsa - Astaldi,  quienes habrían sido estafados, según afirman, por un monto de 25 millones de soles por bienes y servicios prestados y no cancelados, merece calificarse como inédito, habida cuenta que,  habiéndose desempeñado en Piura grandes y serios contratistas los cuales, sin duda, también habrán requerido servicios similares, jamás dejaron cuentas impagas.

Sin embargo, ahondando en el caso y vista la actitud de los burlados comprendiendo en su denuncia a la entidad en la persona del gerente general, tal y como si hubiera estado coludido con el estafador, preguntémonos si cuando se ofrecieron y sus servicios fueron  aceptados suscribiéndose  los respectivos contratos/acuerdos, la entidad, representada por el gerente general, participó en calidad de avalista/garante, por cuanto, si así no hubiera sido, ¿qué responsabilidad podría achacársele?

Pero, entremos al meollo del problema analizando si es racional ponerle la cruz a una empresa contratista al haber quedado reconfirmado que pagó coimas a funcionarios PERUANOS corruptos, más aún cuando la misma es sólida, competente en todo el sentido del término y, muy importante, tiene plata como cancha por lo que estará libre de interrupciones por falta de liquidez como sucede con incontables obras públicas, de diversa envergadura y naturaleza, tiradas y abandonadas por doquier. (¿También el Alto Piura?).

En el caso que nos ocupa, hiere y avergüenza está claro que el primer fracaso no fue achacable al contratista, Camargo Correa,  sino a los gestores que suscribieron un Contrato de Obra cuando nadie sabía qué ni cómo iba a construirse. En consecuencia, hasta un ciego y sordo sabía que el contrato se truncaría.

El tiempo siguió su curso y, habiendo sido reemplazado el capitán del barco, fue necesario buscar otro contratista para llevar a buen puerto la obra. ¿Qué pasó en estas circunstancias? Que las nuevas autoridades, incapaces siquiera de imitar el estólido burro que jamás tropieza con la misma piedra,  volvieron a meter la pata contratando con una asociación que, a todas luces, no daba la talla.

He pasado largos años desligado de la función pública por lo que mi opinión habría que tomarla con pinzas, por cuanto, probablemente, luego de las normas dictadas en la época del fujimorato abriéndole las puertas a la corrupción en la gestión de la obra pública,  probablemente el Estado esté inerme y desamparado ante el asedio/invasión de contratistas, consorciados o no, los cuales, figurativamente, deberían estar en Lurigancho cumpliendo cadena perpetua.

Sin embargo, como en el Perú, para bien o para mal, contamos con quinientas veinticinco mil cuatrocientas trece normas legales de diferente jaez y naturaleza, considero que si los responsables pusieran a trabajar sus neuronas encontrarían mecanismos para evitar que las ratas (*) continúen contaminando  la obra pública pululando a su alrededor.

Lo he dicho y ahora lo reitero: me invadió la vergüenza ajena al ver cómo,  al salir a la luz el escándalo Lava Jato, la artillería descargó contra las empresas extranjeras en vez de haber llevado al paredón, no tan figurativamente, a los corruptos nacionales.

Le pregunto, estimado lector:

¿Cree usted que una súper y auténtica empresa contratista, santa o pecadora, como por ejemplo Energoprojekt u Odebrecht, habrían dejado tirado el Alto Piura o el bendito túnel ya estuviera concluido?

¡ANTE FUNCIONARIOS HONESTOS, TODOS LOS CONTRATISTAS SON SANTOS¡