MIREMOS OTROS ESPEJOS

 

(Piura, 14 agosto 2020)

 

Luis Gulman Checa

 

Después de leer el escalofriante análisis de la tragedia que viene asolando desde años atrás al Líbano, en la columna de Carlos Novoa Shuña, publicada en la edición de “El Comercio” de la víspera; me vino a la mente la gran contradicción implícita en el hecho que, siendo que profesar una religión es lo mejor que puede sucederle a una persona  sublimándole el espíritu, en aquel territorio, que antaño albergó a la próspera y magnífica Fenicia; son los odios desatados entre seguidores de religiones y sectas disímiles los responsables de haber convertido en un auténtico infierno lo que había sido un paraíso.

 

El suscrito ya tenía uso de razón cuando Beirut, la capital del Líbano, era reconocida y motejada como París del Medio Oriente, de donde puede colegirse que la situación y el estado general de la ciudad y del país en general eran ejemplares y la vida discurría ordenada y civilizadamente.

 

¿Qué maldito virus habrá infectado no solo a los libaneses, volviendo a unos contra otros como hienas  hambrientas disputándose una pestífera carroña, sino también a los hombres de otras latitudes quienes, pudiendo vivir en paz y armonía con el simple expediente de respetarse los unos a los otros, han creado un infierno ad hoc para martirio de ellos y los suyos?

 

No se requiere ser docto o erudito sobre el comportamiento de los seres humanos para comprender que, fatalmente, en los genes de muchos de nosotros anida un impulso suicida deshumanizándonos y bestializándonos, eliminando las virtudes del hombre referidas a la inteligencia, razonamiento y buena voluntad.

 

Es claro que en nuestro país no se ha producido una colosal explosión como la que asoló Beirut pocos días atrás originando muertos, heridos e inmensos daños materiales, sin embargo, guardando las distancias, sí es dable afirmar que, figurativamente, estúpida e irracionalmente, desde mucho tiempo atrás vivimos imitando a los perros y los gatos, es decir, persiguiéndonos a dentelladas sin ton ni son ratificando nuestra animalización.

 

Si la estupidez fuera una de las causales  para terminar en el infierno después de la muerte y si, figurativamente, los peruanos fuéramos arrasados por la Guadaña, el pobre Satanás se vería tan atareado como el infeliz responsable de nuestro INPE con sus cárceles atiborradas y desbordadas.

 

¿Cuándo habrá sido la última vez que empezamos a comportarnos como perros y gatos, o mejor expresado, cuál sería el  detonante que nos llevó a ello?

 

Modestamente me atrevo a dar una respuesta:

 

El Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada.