LAS PROTESTAS CIUDADANAS

(Piura, 18 agosto 2017)

Luis Gulman Checa

Me motiva, se entiende, la olla de grillos en que ha devenido nuestra ciudad las últimas semanas a raíz de las huelgas de varios gremios, especialmente, el de maestros, a causa de las marchas que impiden  el tránsito vehicular en puntos cruciales generando embotellamientos gigantescos (pérdida de tiempo y combustible) atentatorios contra los derechos constitucionales de todos los ciudadanos (incluidos taxistas y moto taxistas) que no tenemos vela en ese entierro. Además, por supuesto y obviamente, del cuasi criminal atentado contra los educandos peruanos  perpetrado por los maestros.

¿En qué capítulo o artículo de la Constitución Política se dice que la multitud, desenfrenada y vociferante, sí puede vulnerar  los derechos del ciudadano?

Una reflexión elemental nos revela que la actitud de los protestantes es contradictoria, pues mientras el origen está en las bajas remuneraciones que reciben del Estado, estas marchas organizadas cuestan mucho dinero, más aún cuando infinidad de maestros provincianos se trasladan a la capital (pasajes, alojamiento, alimentación). ¿De dónde salen tales recursos?

¡Cuidado! No estoy afirmando que los gremios no tienen derecho a dejar sentada su protesta. Simplemente refiero que, según mi parecer, están mal estructuradas al no afectar o golpear directamente a los personajes que, según ellos, son los causantes de su malestar y, por ende, de las protestas; ganándose más bien, por el caos/desorden que originan,  la antipatía/rechazo de la ciudadanía.

Reflexionando sobre el descalabro originado por estos reclamos, me vino a la mente el cambio radical producido en muchas partes del mundo en el transcurso del tiempo (también entre nosotros) referido al valor de la vida humana: de las dantescas masacres de antaño por variadas causa, con gran preeminencia de las religiosas, hemos pasado a considerarla como el más sagrado de los valores a preservar, olvidando o dejando de lado,  que ella permanentemente pende de un hilo y es lo único que, con certeza absoluta, perderemos tarde o temprano.

Hecha tal salvedad, me dije a mí mismo:

Esta situación se solucionaría en un santiamén de haber un maestro (a), nada más que uno, que recurriera a métodos protestantes, antaño comunes y todavía vigentes en otras latitudes, como el usado por los bonzos, personas tan comprometidas con las causas que defienden que, en vez de dar espectáculos denigrantes y ridículos,  como encadenarse a unas rejas o lavar banderas, se rocían en el cuerpo un par de galones de gasolina de 95 octanos y se aplican un fósforo encendido.





Acaso, ante semejante espectáculo escenificado, por ejemplo, en la Plazas de Armas de Lima al medio día, ¿alguien dudaría que los responsables reales del conflicto, con el Congreso a la cabeza por ser el ente que asigna los recursos presupuestales para pagar las remuneraciones a toda clase de protestantes,   no se avendrían   en el acto a solucionar el problema llegando a entendimientos?


Así, todos saldrían ganando: los maestros, los alumnos, la ciudadanía en general y el país entero que se vería libre de escándalos que tanto le hacen a su normal desarrollo.